lunes, 12 de octubre de 2009

"El pequeño oficio, de proa a popa"

Se masticaba en Cádiz la primavera del 61.
Se olía la nostalgia en el aire del puerto, el Cabo San Roque se afana en prepararse para una gran travesía, nada se dejaba al azar.
Mi madre se impregnaba de los últimos besos andaluces, como quien guarda recuerdos en la piel.
Yo solo iba y venía dirigido por alguna de mis hermanas mayores, acomode mi equipaje en los pequeños bolsillos de mi pantalón, y fotografiaba en mi memoria aquellos recuerdos sin flash.
Caminaba en el aire escoltando al cabeza de familia, él firme abriendo el paso a todos nosotros, escondiendo en aquellas viejas ropas las cicatrices abiertas de la vida.
¿Por qué miraba hacia atrás, por nosotros, por aquellos que se quedaban, por Andalucía?.
¡Uf!… era inmenso, crecía mientras me acercaba, mire a mí alrededor, mis hermanas lloraban en silencio, mi madre tiraba de mi hermano pequeño, mi padre puso un pie en la rampa de entrada al navío, su pie izquierdo “tartamudeo”. Mi padre le miro, sonrió.
Cuando corone la gran escalinata, el picor de mi piel desapareció, no recordaba que un tiempo atrás alguien experimento la resistencia de mi dolor con agujas, una experiencia que compartí con toda la familia, ahora no me engaña cuando una jeringa se acerca y siento esa voz que brava… “no dolerá Manuel”. Y un segundo después, dolió.
El Cabo San Roque nos engullo en sus entrañas, y su intención era que formáramos parte de él, unos señores vestidos de “primera comunión” recibieron a mi padre, este le entrego unos papeles y indico que todos los del sequito pertenecíamos a los “Medina”.
Nos dirigimos hacia los camarotes. Yo compartí “mi camarote”, con mis padres y mi hermano menor, a mis hermanas les toco uno lindante que compartieron con otros parientes de la familia.
Los angostos pasillos eran testigos de accidentes, atropellos y prisas, todos solventados con sonrisas tímidas y nerviosas.
Me adapte al murmullo, no deje que este interrumpiera el asombro que entraba directo por mis ojos, cuando encontré la calma un estruendo desarmo el puzle de mi pequeño cuerpo, 5 años no dan tanta resistencia para tanto asombro. El navío “exploto”, escogí para mi seguridad la pierna de mi padre que había entrado firme a la escalinata minutos antes, dude de aferrarme a su otra pierna, mi padre sonrió.
-nos vamos- dijo mi padre.
No estaba muy seguro hacia donde, pero si descubrí rápidamente que aquel enorme navío se movía.
Toda la familia se reencontró en la cubierta, y desde el puerto nos gritaban y regalaban efusivos gestos, éramos el centro de atención, me sentía como un héroe, una estrella de cine (aunque por aquel entonces no sabía muy bien que era el cine). Esa ceremonia duro una eternidad, hoy todavía sigue el bullicio en mi cabeza, pero dio paso a un llanto multitudinario, “si toda esa gente de cubierta no para pronto de regar con lagrimas, creo nos hundiremos”. Aunque no lo pueda explicar muy bien.
La barandilla del barco se afano en castigar mi frente a medida que nos alejábamos de la “fiesta”, no estaba pensada para un niño de 5 años, algo quedo grabado en mi frente como un pequeño moratón, pero no me doblego su castigo, quería ver más, y vi.
El mantón de agua era espantosamente enorme (luego descubriría que eso no era la inmensidad), el Cabo San Roque cada vez me parecía más inmenso, al contrario sucedía con el puerto y más tarde la ciudad, a medida que este se adentraba hacia el océano.
Pero todo esto es parte de una torpe memoria, que se arruga, pero pelea para no olvidar.
Si cierro los ojos, todavía veo en alto los brazos y sus adioses, las caras, todavía huelo aquel mar.
No recuerdo cuales eran por aquellos tiempos mis sueños para cuando fuera mayor, digamos que bastaba con ser un niño el tiempo que fuera necesario.
Pero recuerdo muy bien aquel diminuto y atrevido “barquito de papel” que tercamente y quejándose con grandes bocanadas de humo nos “echaba” de Cádiz, y nos brindaba todo un futuro por delante.
Un viaje, largo, mareado, divertido, con grandes olas, con grandes preguntas, y casi falto de respuestas.
¿Qué quiero ser de grande?
El paisaje que me acompaño casi todo el viaje era extrañamente hermoso.
En esta licencia quisiera felicitar al “pintor” del mundo, con un solo trazo pinto aquella mar. Ahora nosotros viajábamos en un “barquito de papel”.
Una “banda sonora” viajo en el tiempo.

“Todo pasa y todo queda,
Pero lo nuestro es pasar,
Pasar haciendo caminos,
Caminos sobre la mar…

Caminante no hay camino,
Sino estelas en la mar…”

Malditos poetas,
Que hurgan en la memoria de mi pobre corazón,
Benditos recuerdos que provocan este temblor…
¡Estoy vivo!
Dejad ya de bombear esta sangre caliente,
Que embriaga sin compasión cada rincón.

¿No ves Corazón?,

El tiempo arruga mi traje,
El horizonte se cristaliza,
Yo solo soy un hombre…
Y la mar mi amor…

“Aquel año conocí la mar y la mar me conoció.
 Dame un camino que en un recoveco nos volveremos a juntar.”

Nunca supe bien que pensamiento pinto en el horizonte esa promesa, que se comprometió y sabremos cumplir.
El viaje fue un viaje singular, no solo para aquel niño que deje atrás, atrás quedaba para el Cabo San Roque, millas y años de peleas contra el reino de Neptuno, el imaginario mascarón de proa ya no se podría imaginar, en esas ráfagas de viento salpicado por gotas saladas en su espuma blanca, ya no hay “proa San Roque” pero sigue habiendo mar.
¿Qué será de su vida?
Cuantas veces me repito en silencios esa pregunta, no importa yo por ti vuelvo a brindar, si algún comensal lee este rétalo, levante compañero su copa de vino y brindemos desde aquí hasta allá por el “Cabo San Roque”, que no ni no.
Cuando comprendí que Cádiz no había desaparecido y a mi volvió la tranquilidad, solo se había quedado atrás como una pequeña postal, frente a mi otro Cádiz se empezaba a agrandar, con otro nombre. Se acerco a mí un oficial (por aquel entonces comprendí que no se vestían de comunión), acerco un cajón de madera con resto de pieles secas de cebollas, la barandilla ya no castigo mi frente. Me subí sobre él y descubrí el contorno de un paisaje hermoso y diferente, era más grande que aquel Cádiz.
Un “Barquito de papel” se acercaba hacia nosotros, el Cabo San Roque detuvo su pulmón de humo, un escuadrón de marineros nos rodeo, yo busque la mirada de mi padre y la encontré, transportaba una sonrisa que me tranquilizo, el oficial poso su mano derecha sobre mi hombro.
El “Barquito de papel” como toro bravío de casta, con astas enormes y una boca vomitando el mismo esfuerzo que mi navío (el oficial había colocado su gorra sobre mi inexperta cabeza, ahora era yo el oficial), sus cuatro ojos de buey se enfrentaron a mis ojos sin el más mínimo respeto, pero fui rápido y audaz, me agarre firme a la barandilla, levante la gorra y descubrí mi valentía tras la negra visera, y mire al oficial, el me contesto con su voz.
-Manuel, como oficial al mando tienes que ordenar a los marineros la maniobra.- dijo y señalo a los marineros que me miraban, si a mí, esperaban mi orden.
Dude, aquel toro de mar parecía que no se detendría.
Un marinero (el más viejo) me hizo un gesto, entre sus manos llevaba una gran cuerda que seguía y pasaba por varias manos.
-¡al ataque mis marineros!-grite, sonrió el más viejo, porque esperaba esa orden de este oficial.
Todos mis marineros a una, aquel “toro” paro sus maquinas, su pulmón en una gran bocana de humo pidió piedad, demasiado buque el Cabo San Roque para tan pequeño torito.
Salieron de la cabina unos hombres sin uniforme, que recibieron las cuerdas que “mis” marineros arrojaron, tras un breve tiempo, el pulmón vivió nuevamente, su humo se vio en la luna o más allá, cambio su rumbo y el Cabo San Roque como un fantasma volvió a navegar. Algo llamo mi atención.
-¡nos movemos!.- dije a mi oficial, que permanecía en mi compañía.
-si Manuel, (señalo al “barquito de papel”) el nos adentrara en las entrañas del puerto de Montevideo.
-¿señor no comprendo?- pregunte sorprendido.
-¿Qué no entiendes Manuel?
-es una señora- y señale al “barquito de papel”, que descubría su nombre blanco en el fondo negro y brillante de su lomo.
El oficial lanzo una carcajada, que contagio a todos los presentes en la cubierta de proa.
-No Manuel, el Enriqueta es un remolcador, y muy potente. Mira el solo mueve al Cabo San Roque, en otros puertos necesitamos dos para tirar, y otro para dirigir.
-¿el solo puede?- pregunte, solo lo veía a él.
-no Manuel, a estribor nos escolta otro remolcador, pero el fuerte es ese- y señalo a la dama que frente a mí se paseaba con estética brillante, con su negra falda, con su corcel crema y su cabello blanco, con su pulmón cargando de negro el aire.
Y cumplió con su cometido, dejo al gran navío y a este oficial en su destino, saludo con una gran explosión como corneta de carga del más valiente ejercito y recibió la respuesta de “mi gran buque” sutil idioma el de los barcos y sus marineros.
Pasaron años y años, yo cargaba la maleta de mi vida y aquella “dama” no surcaba mares, se vestía de plata en su gran rio.
-papá, quiero ver las entrañas de la mar.
-ve a la mar hijo, ahí están.
De Playa Pascual a Montevideo, un Solfy desbocado me llevo, como un bandido atrevido, sin piedad.
TSAKOS y su astillero naval me abrieron los brazos y yo los míos abrí para sellar un trato. Pero esta es otra historia en la memoria nostálgica de este traje.
Manuel Medina el mayor, mecánico naval, y hoy reza mi presentación oficial como coordinador de obra.
Pero en mi memoria esta aquel 23 de agosto del 2005, con su gracia y su temporal de desbocada ferocidad.
Lo tengo hoy estampado en mi memoria como una grieta y su afán de provocar toda una catástrofe, que mi oficio de “proa a popa” deben remendar.
Si, remendar un gran trozo de historia que si se hunde debería arrastras en la historia tinta y papel de grandes acontecimientos que hacen de este país, tu país, mi país, un país que no se podría imaginar, eso es la historia el reflejo de lo que hoy tenemos, no sirve pensar porque la historia no se piensa se respeta se mira pasar se levanta uno y la acompaña por los días de sus días, mis días.
-vuestro deber defender esta patria, porque vuestra es.- se escucho decir un 4 de diciembre de 1896, dicen también que el capitán del Enriqueta dijo a sus colegas (el República, Fluton).
- “libertad o muerte” a la mar mis valientes, que no quede en tierra un marinero que pueda empuñar un arma. Desplegué presidente la bandera bicolor, que la cara del sol ilumine esta hazaña.- dicen que se dijo.
El Enriqueta era aquel que trajo a puerto “mi” navío en el 61, ahora armado con un pequeño cañón a proa y cargado de libertad.
Pero la historia se trabaría terca y al mando del capitán Ricardo Couces Rodriguez como lazarillo, el Enriqueta escribió con tinta firme mas historia en las costas de Colonia, porque “dicen” su timón flaqueaba de quebrantos y era incapaz de virar a estribor o babor cuando la patria le reclamaba su lealtad.
Cuenta la historia que su bravura criolla lo llevo a latitudes impensables en su especie, Argentina le vio arribar con señorío y Rio Grande do Sul fue testigo de su presencia.
También cuentan en los rincones más sabios de los bares del puerto que fue capaz de arrancar de las entrañas del Banco Ingles en feroz batalla al pesquero japonés de 80 metros de eslora Chirodi Maru, pero si el Enriqueta tiene un gran defecto a mis ojos, es su impertinencia al tiempo y en el tiempo.
El Enriqueta es mucho más que un navío, si navío, su espíritu contagio y contagia cada hombre que se posa sobre él, las hazañas emocionan a quienes la vivieron y el común denominador es el Enriqueta, cada marino que disfruto el privilegio de trabajar codo a codo con la embarcación destacan que no es un buque, dicen que es un monstruo de mar con vida propia.
Volviendo al 23 de agosto de 2005, las noticias que llegaban con respecto a la meteorología en la bahía de Montevideo eran desalentadoras, tome la decisión de encabezar una guarida nocturna, Tsakos activo todos los sistemas de seguridad, no somos capaces de dejar nada al azar, un grupo de hombres bajo mis órdenes se encargo de que el dique fuera una fortaleza, y lo principal, cumplió con honores.
Solo se escapo a mi custodia a mi dominio, si, el Enriqueta. Abandonado en un pequeño muelle y escoltado por una gran grúa, yacía él.
Desde mi despacho lo divise con gran asombro, cobro vida peleo con todas sus fuerzas, no entendía como un viejo casco era capaz de resistir aquel temporal, grandes embarcaciones sucumbieron a la furia pero el peleo, la batalla fue eterna y dura, no se doblego.
La grúa que se encontraba amarrada a su lado no corrió con mejor suerte, y eso marco su destino. Fue capaz de defenderse pero no de soportar el peso de aquella grúa a la deriva, le golpeo y le volvió a golpear. Insistió durante todo el temporal y la fatiga le venció, se escoro a estribor y descanso cruelmente contra las rocas, pero te juro amigo seguía respirando, tenia pulso.
Al amanecer vi su cicatriz, volví a mi casa para descansar, y rápido desperté a Gladys.
No es mi mujer, porque no hago rehenes no tengo más propiedad de la potestad de mis hijos, es simplemente y extraordinariamente una amiga que me acompaña día a día en mi camino, practícalo amigo es un consejo si permites mi licencia (creo van dos).
-Enriqueta aguanto.- le dije mientras la movía para despertarla.
-Manolo, ¿Enriqueta es una mujer?.- pregunto, todavía dormida.
-¡no!- conteste firme
-¿has tomado alguna bebida alcohólica?
-no.- mi único pecado es acompañar el mate con un whisky y tengo de testigo a mi sobrino, es el ultimo que me ha visto tomar un trago (creo en todo caso que mi sobrino Edison es el borracho).
-¿Cómo fue la noche en Tsakos?
-bien amiga, muy bien.
-descansa, amor.
Y dormí, pero no descanse. Era incapaz de quitarme en el consiente y en el inconsciente al Enriqueta.
Se me antojo un día largo ese maldito 23, que hasta hoy es mi particular 23(contando que el calendario hoy marca 25 de agosto de 2009), después de perder en la revuelta cama unas horas, me levante lave mi cara, en una silla me esperaba ropa limpia y planchada, un café rápido y una ducha exquisita, en la cocina también esperaba el mate “ensillado” y el termo con su agua caliente y su todo.
No tarde nada en saltar fuera de casa, mientras recorría la rambla portuaria y alguna vieja locomotora de tren descubría la silueta de él, mi corazón bombeaba y bombeaba, apresure mi viejo Ford Escort, destartalado y con su discreto rojo pinto mi camino.
Entre en Tsakos y me dirigí a mi oficina, todos los compañeros me saludaron como es una costumbre en esta gran familia. Uno de ellos se acerco a mí.
-Don Manuel, se fue hace tres horas. ¿No habrá descansado nada?.- me dijo asombrado por mi presencia, el sabia que pase una noche con mal anochecer.
Le señale hacia el infinito, se acerco a la ventana, miro.
-estaré ahí con el Enriqueta, compartiendo unos mates, si me necesita me llama.- agarre mi campera de faena, y me fui.
-“hola viejo, que dura pelea y que peleón que sos”-le dije.
Una herida (causada por la grúa) se descubría a mis ojos, un costado de historia castigada. ¿Sería ese el que en confidencial charla escucho al Graf Spee?
Nos interrumpió Carlos, un amigo Ingeniero que comparte conmigo el amor a este monumento, diríamos que somos un matrimonio de tres.
Pueden suceder muchas cosas en un pequeño país, pero se escapan al puerto de Montevideo. Es una mini nación, con su propio dialecto, mas de señas que palabras, con una solidaridad digna del riesgo que corren los hombres que en el desempeñan su actividad, aparte me atrevería afirmar que dentro de esta “comunidad” están todos y cada uno de los estamentos que encontraríamos en una ciudad, todos y cada uno de los oficios, servicios (todos los servicios, también los de servicio carnal, esos que tanto gustan a los marineros extranjeros cuando tocan tierra).
Nos saludamos.
-si pudiera hablar, ¿Qué contaría?, las batallas, la gran batalla del plata, los naufragios, los hombres que arranco de la brava muerte del mar.- ni yo, ni el Enriqueta, dijimos palabra alguna.- la ANP exige que sea retirado de aquí, y la empresa propietaria lo desguazara para cumplir con la orden.- esa condena me retumbo y retumbo en mi cabeza.
-¡No!, te prometo Carlos que volverá a navegar.
-eso suena lindo.- palmeo mi espalda y se fue.
Con más de 30 años como mecánico naval, con toda la experiencia recogida en mi trabajo de Tsakos, debía otorgarle la solución, y se la otorgue.
El sacrificado rescate duro casi dos años, recuperando 15 o 20 centímetros diarios, desafiando al Plata hasta que nos otorgo su bendición, una vendita marea lo libero.
Se podría decir que lo salvamos de una muerte segura.
Pero continua en enfermería, el paciente es mayor se debe tratar con mucho cariño, y la historia tiene una implacable mirada, se debe trabajar con mucha profesionalidad, por ese motivo solo acarician al Enriqueta, grandes de los más variados oficios.
Queda mucho camino por recorrer, y en el estamos.
El Enriqueta esta ansioso de compartir todas sus aventuras, para contarle a cada uno de los ciudadanos de este hermoso país, y a esos que quieran disfrutar como pasajeros de Montevideo de una historia viva.
Hay algo que es seguro, el Enriqueta nació en 1894, pero su epitafio todavía no se ha escrito.
Pero lo que aquí no se cuenta,  la historia que vendrá, no seré yo quien la escriba.
Ese honor pertenece al Enriqueta, y la contara como el mejor sabe, navegando

“Te podría recordar varado, pero te prefiero soñar en la mar.”

El relato:

Si algún pasaje tiene algún parecido con la realidad, es una mera coincidencia.
Contiene un extracto del poema Cantares, escrito por Antonio Machado y extraordinariamente cantado por Joan Manuel Serrat.
Ha sido escrito con mucho afecto, mate amargo y un frio Whisky(o dos, o tal vez tres).
Cualquier desvarió de este por culpa del alcohol, es toda una realidad.

“Madrid no tiene mar y lo sueña, nosotros tenemos al Enriqueta.
No lo soñemos, devolvámoslo al mar”


Esta es la única forma en la que yo concibo la historia.

“zapatero a sus zapatos y el Enriqueta a dejar estelas en el ancho rio como mar”

Dedicado a mi tio Manuel (Manolo) Medina, con todo mi cariño.